La fundación Carlos Echeverri Cortés busca impulsar programas enfocados en el fortalecimiento de los partidos políticos, así como en gobernabilidad y democracia y gobernabilidad municipal. Además se dedica especialmente al análisis de los hechos políticos más resaltantes en el mundo, actuando como think tank. En cada uno de sus programas mantiene líneas de investigación y publicaciones, cooperando especialmente con los partidos políticos latinoamericanos de izquierda democrática, socialdemócratas y socialistas democráticos en miras de su fortalecimiento.

 

CONSEJO CONSULTIVO:

  • Santiago Barreda
  • Víctor García Toma
  • Gigi Soto
  • Evelin Orcon Huamán
  • Elizabeth Vargas Machuca
  • Milciades Ochoa Pachas
  • Daniel Zúñiga Rivera

A las 9 de la noche del lunes 3 de enero de 1949, un hombre se acercó sigiloso a la puerta de la embajada de Colombia en Lima: Soy Víctor Raúl Haya de la Torre y solicito asilo político . De inmediato, fue acogido y, tras de sí, se cerró para él esa puerta por los siguientes cinco años. El embajador colombiano Carlos Echeverri Cortés dialogó esa noche con quien el gobierno peruano, presidido por el general Odría, consideraba un delincuente común , y a quien se le reconocía públicamente como la cabeza visible del movimiento político Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA).

Ni Echeverri ni Haya de la Torre pensaron esa noche que la decisión de concederle asilo político agriaría durante tantos años las relaciones entre Perú que se negaba a concederle el salvoconducto y Colombia que insistía en el derecho humanitario de proteger la vida del perseguido político.

Pero tampoco imaginaron que la terquedad de los dos países obligaría a ventilar el caso en la lejana Holanda, en el seno de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, donde se confrontaron jurídicamente las tesis sobre asilo de las dos naciones.

El lunes 20 de noviembre de 1950, rodeado de pompa y aparato, la Corte Internacional emitió el fallo, que quedó consagrado como un verdadero galimatías: 1) Colombia no tiene derecho a calificar unilateralmente el delito cometido por el asilado, a quien Perú califica como un vulgar delincuente. Ganó así la tesis peruana. 2) Simultáneamente, el fallo declara a Haya de la Torre refugiado político. Por lo tanto, no autoriza la entrega del refugiado a las autoridades peruanas. Ganó la tesis colombiana. 3) Pero el gobierno del Perú tampoco tiene la obligación de otorgar el salvoconducto al refugiado, como tantas veces ha sido solicitado por Colombia. Otro round para los peruanos.

En gran síntesis, Colombia no está obligada a entregar al asilado, ni el Perú está obligado a otorgar el salvoconducto .

Así las cosas, transcurrieron 686 días en la vida de Víctor Raúl Haya, en su papel de huésped forzoso de la embajada, para que la volátil situación jurídica aterrizara en el mismo limbo del lunes 3 de enero de 1949.

Nuestro asilado disfrutó, en la embajada, de todo el tiempo del mundo. Ingresó a ella a los 54 años y le fueron celebrados, allí, cinco más.

En el tercer piso del edificio, adaptó su temporal morada, rodeado de libros y trabajando intensamente en sus ensayos. A sus pies dormía, celosa, una perra fina que crió.

Todas las mañanas, en las cornisas del edificio, cumplió religiosa cita con cientos de palomas que alimentó con persistente puntualidad. Un hombre, carente de horarios y afanes, que apenas dormía cada noche de dos a cuatro horas, estaba obligado a inventar compromisos de ese tipo.

Pasó el gobierno de Ospina y el de Gómez, y pasó el de Urdaneta y llegó el de Rojas. Cuatro gobiernos colombianos que se mantuvieron fieles y firmes a la tesis del asilo y a la solicitud del salvoconducto.

Por fin, cuando habían transcurrido cerca de dos mil días, el martes 6 de abril de 1954, el ministro de Justicia del Perú, Alejandro Freundt, notificó a la embajada colombiana la decisión de su gobierno de permitir la salida de Haya de la Torre hacia el exilio.

El entonces embajador José Joaquín Gori preparó un sencillo homenaje de despedida para el asilado: un simple brindis.

Haya de la Torre pasó luego al Salón Dorado y, frente a la bandera colombiana, se detuvo unos instantes en actitud reflexiva. A continuación, emocionado, estampó un beso en el tricolor nacional.

Esa misma noche, escoltado por 12 vehículos, en embarcó en un vuelo de Panagra, rumbo a ciudad de México.

Cinco años, tres meses y tres días de asilo se cumplieron ese miércoles.

Atrás quedó triste su familia adoptiva: los mayordomos y sirvientes de la embajada y los pequeños hijos del embajador Gori.

Las palomas limeñas también lo echaron mucho de menos.

 

Artículo de Armando Caicedo Garzón

Extraido del diario El Tiempo (Colombia) , 17 de febrero de 1992

Nuestra fundación recibe su nombre del diplomático colombiano Carlos Echeverri Cortés (23 de junio de 1900 – 14 de marzo de 1974), quien se desempeñó como quinto representante interino de Colombia ante las Naciones Unidas y como embajador de Colombia en Perú y México.